Cuando somos niños, tenemos curiosidad, nos asombramos y jugamos. Sin embargo, a medida que crecemos y nos convertimos en adultos, dejamos de lado ese niño que llevamos dentro. Dejamos de ser curiosos, de asombrarnos por las pequeñas y sencillas cosas y dejamos de jugar porque no lo consideramos algo serio. Pero lo peor no es que ocurre en los adultos, sino que cada vez hay más niños a los que ya no les mueve la curiosidad, ya no se asombran porque una mariquita se pose por ejemplo en su mano, y niños cada vez más impacientes y con menos juego.
Cultivar en el ser humano la curiosidad, el asombro y el juego, es responder a su necesidad natural, así como es facilitar su aprendizaje.
Por tanto, conozcamos qué es la curiosidad y el asombro, y por qué es tan importante que lo cultivemos desde edades tempranas. Algo que no es nuevo, pues ya María Montessori, referente mundial en la pedagogía, nos decía hace años y cuyo mensaje nos lo confirma hoy los avances en neurociencia.
La curiosidad es una necesidad inherente al ser humano. Hemos de saber que las personas somos buscadores y exploradores activos desde que nacemos, con el fin de conocer cómo funciona el mundo que nos rodea y la información que nos proporcionan los sentidos. Es un impulso natural e interno que actúa por tanto como motivación intrínseca, pero que también se ve influenciada por el exterior. De manera que los estímulos externos pueden condicionar el grado de curiosidad según algunas características, como la novedad, la imprevisibilidad y la complejidad. Así, la curiosidad entendida como una necesidad psicológica, es responsable de la iniciación y persistencia de la acción exploratoria del ser humano.
Esta capacidad y actitud, es el juego, la forma natural que tiene el ser humano de conocer y aprender. Desde que nacemos, este impulso primario nos empuja a descubrir, explorar, experimentar, tocar, imaginar, expresar, crear, dominar y querer el mundo que nos rodea. El niño tiene la necesidad de curiosear, de jugar. Juega por el propio placer de jugar, pero además el juego nos poisibilita el sano y armonioso crecimiento cognitivo, afectivo, físico y social.
Gracias a esta curiosidad, al juego, los niños descubren el mundo y mientras lo hacen son asombrados. Por tanto, el asombro es un deseo intangible y natural ante el conocimiento del mundo, de la realidad. Catherine L´Ecuyer, lo describe así de bien «el asombro es no dar el mundo por supuesto». Comparto con Catherine, quien aboga por las necesidades de la infancia, la idea de que un niño asombrado no ve, sino que mira, observa, escucha e interioriza. En su gran obra ´Educar en el asombro´, nos explica bien como un niño asombrado tiene una sensibilidad y una atracción natural hacía la belleza. Y es que el asombro está provocado por la belleza, y por eso solo un niño rodeado de belleza encuentra motivos para asombrarse. Entendiendo la belleza, no como la estética sujeta al gusto, sino la belleza como la manifestación de la verdad y de la bondad. Siendo bello para un niño todo lo que respeta su verdad y su bondad, como la naturaleza, su inocencia y sus ritmos.
Sabiendo esto, vamos a entender por qué la curiosidad y el asombro son motores del aprendizaje. Pues bien, los últimos estudios de la neurociencia, en concreto un estudio de la Universidad de California, desveló cómo la curiosidad está íntimamente implicada en el proceso de aprendizaje y en la memoria. De esta manera, teniendo en cuenta que la curiosidad es juego, como hemos explicado anteriormente, se puede afirmar que
«el cerebro está diseñado para aprender a través del juego».
En dicho estudio se observó que cuando la curiosidad se pone en marcha, se produce una activación del circuito de recompensa cerebral liberándose dopamina, un neurotrasmisor que se relaciona con el deseo y el placer. Además, este circuito de recompensa y la dopamina permiten que lo que ha despertado nuestro interés se mantenga en mente, contribuyendo a la fijación de información y conocimientos.
Pero no es todo, porque otra área del cerebro en la que se observa activación es en el hipocampo, un área del sistema límbico fundamental para el aprendizaje y la formación de nuevos recuerdos. Entre el hipocampo y el sistema de recompensa también se genera un aumento de las interacciones, lo que lleva a pensar a los neurocientíficos que esta rica comunicación contribuye a poner al cerebro en un estado en el que goza de mayores potencialidades para aprender y retener información. Y no solo aquella información que ha generado la curiosidad, sino que el resto de información de menor interés pero recibida en este estado del cerebro, tiene también mayor disposición para ser aprendida.
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