Muchos padres se enfrentan a grandes dilemas cuando su hijo pide vestirse de princesa o su hija de superhéroe. Como si de una gran decisión se tratara, debaten si permitirlo, si facilitarlo o si directamente impedirlo, como si en esa decisión se estuviera decidiendo la futura identidad sexual del niño, o si con ello tratáramos de protegerles o incluso protegernos a nosotros mismos, frente a burlas o comentarios de sus compañeros o de otros adultos.
Nuestra sociedad y cultura aún sigue inmersa en un marco de prejuicios y una educación sexista donde todo está etiquetado para “niños” o “niñas”. Desde que sabemos de la llegada de un bebé, la ropita, decoración, cochecito, etc. (incluso en tiendas específicas nos preguntan si es niño o niña antes de sacarnos lo que queremos ver en la tienda), de manera que de forma inconsciente vamos inclinándonos hacia un lado u otro de forma sexista. Después, a medida que nuestro bebé crece, sigue recibiendo esta lluvia de influencia en la ropa, en los juguetes, en lo que juega, en su comportamiento, incluso en sus intereses… La diferenciación por colores, especialmente en las tiendas de ropa o juguetes, creo que no pasa desapercibida. Y social y culturalmente aún tenemos en nuestras creencias mensajes del tipo “ no llores que los niños no lloran”, “¿qué eres una niña?”, “no cargues peso que te harás daño, ya lo hace tu hermano”, “mejor te compro un balón, que eso es de niñas”, “¿no prefieres jugar a otra cosa de niñas en vez de ayudarme con la herramienta?”, limitando su personalidad, comportamiento y emociones. Y quizás son frases que al leerlas fuera de contexto hacen daño a los oídos, pero por desgracia son frases comunes que aún se siguen escuchando.
De este tipo de comportamientos sociales se reflejan los estereotipos y roles de género que generación tras generación se han ido construyendo social y culturalmente en torno a si somos hombres o mujeres, es decir, en función de nuestro sexo. Hablar de estereotipos de género es hablar de aquellos atributos tanto físicos como psíquicos que hemos ido construyendo para las mujeres y hombres, y que sin duda limitan a lo largo de toda la vida, las posibilidades de desarrollo de muchas capacidades personales, emocionales, deportivas, económicas, etc. Sobre las que se asientan los llamados roles de género, es decir, aquel comportamiento que se espera de una persona según sea de un sexo u otro. Estas ideas preconcebidas son erróneas y es necesario desmontarlas, para ello los adultos tenemos un papel muy importante a la hora de educar sin prejuicios ni estereotipos, permitiendo que cada persona sea libre.
¿Y cómo lo haremos?
Desde una educación no sexista, que conseguiremos permitiendo que desde la infancia nuestros hijos y alumnos desarrollen, sin coacción ni presión, su personalidad. Y esto pasa no solo por dejarles jugar y hacer sin una etiqueta de rol de género, sino por el lenguaje que usamos y el ejemplo que damos los adultos.
Es decir, hay veces que no se les prohíbe jugar al balón o a las muñecas, o no se les impone ciertas responsabilidades o conductas, pero quizás oigan mensajes como “¿ya estás jugando otra vez con muñecas?” , “a mi hija le gusta jugar con juguetes de niño”, “ ya estás llorando como una niña”, “en el trabajo solo hay hombres sin emociones” o “ya lo hará tu padre que es cosa de hombres” , entre muchos ejemplo. Esto hará que perciban y sientan que ciertos comportamientos, emociones, tareas, o gustos, no están bien aceptados según sean niños o niñas.
En la etapa del juego simbólico y de roles, los niños reproducirán e interiorizarán aquello en lo que les estemos educando y el ejemplo que les estemos dando. Esta etapa, que empieza a partir de los 2 o 3 años, y está en su máximo esplendor entre los 4 y los 7 años, pone en marcha la capacidad simbólica, es decir, crear y manejar símbolos como representación de la realidad. Y no solo objetos, como por ejemplo que una caja de cartón sea un cohete, sino también comportamientos y personas, siendo común que imiten roles cotidianos, experiencias vividas, conversaciones, personajes de dibujos animados o películas. Siendo el lenguaje el principal instrumento simbólico que usarán.
En el juego simbólico es una conducta normal que un niño pueda vestirse con vestidos, faldas, colores como el fucsia o morado, colores brillantes o purpurinas, maquillarse, etc. o que las niñas quieran ponerse disfraces de superhéroes. En este momento es importante respetar su decisión, tratarlo con normalidad, no ridiculizarlo, empatizar, y entender su juego, para desde el amor liberarnos de los prejuicios y no actuar bajo la presión social o los miedos.
No debemos confundir esto con la identidad sexual, que es aquel sentimiento de pertenencia a un sexo u otro, y que no siempre se corresponde con el sexo determinado al nacer. Pero que en ningún caso dependerá de la inclinación sexista que le demos a la ropa, al juego o a los comportamientos de los niños. La identidad sexual empieza a definirse desde los 2 y 3 años, cuando tiene lugar la tipificación sexual y los niños comienzan a identificarse con un sexo. Esto será algo propio de cada persona que nadie debemos coartar, imponer, negar, rechazar o ridiculizar. De manera que los padres y la sociedad debemos respetar a los niños independientemente de la forma en que se muestren. Si observamos un rechazo de forma continua y a todo lo que tenga que ver con su género o un sentimiento de angustia o sufrimiento cada vez que ha de hacer algo relacionado con ese género, entonces si será nuestra responsabilidad hablar con el niño, escucharlo, ayudarlo y acompañarlo en su proceso de identidad sexual.
Pero que tu hijo simplemente se quiera vestir de niña, se disfrace de princesa, quiera maquillarse, juegue con muñecas, o tu hija quiera ser un personaje masculino, quiera jugar al balón, coger herramientas, etc. son conductas normales. Precisamente permitir este tipo de juegos tiene beneficios para su desarrollo afectivo, psicológico y social. Pues a través de la imitación de roles y el juego simbólico, los niños van a desarrollar su capacidad adaptativa con el entorno, van a exteriorizar sus emociones, inquietudes y conflictos, irán comprendiendo el mundo de los adultos, recrearán situaciones que no pueden hacer o que le asustan de la vida social, desarrollan su lenguaje, su creatividad y conocimiento, además de la interiorización de reglas y comportamientos sociales. De ahí que cuanto mayor y variada sea su experiencia lúdica en este sentido, mejor se prepararán para la vida social y la vida adulta.
Y los disfraces son uno de los mejores recursos para sumergirnos en el juego simbólico y como todo tipo de juego, este ha de ser libre y espontáneo para conseguir un mayor aprendizaje significativo.
Ante cualquier juego y comportamiento, y en concreto en fechas de carnaval y siempre que tu hijo juegue a los disfraces… deja los prejuicios fuera y permite a tu hijo libertad para elegir el disfraz o juego que le apetezca, y si elige una opción que no se corresponde con el estereotipo y rol de género construido socialmente, afróntalo con naturalidad, tolerancia y ejemplo para otras familias y niños. Lo importante es que los niños se expresen libremente y sean felices independientemente de su identidad sexual y/o sus intereses de juego.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...
Relacionado