Que la infancia es una de las etapas más importantes de la vida no es algo nuevo, mucho tiempo llevamos oyéndolo y desde 1989 se conmemora cada 20 de Noviembre, el Día Internacional del Niño, gracias a la proclamación de la Convención sobre los derechos del niño, adoptada por la Asamblea General de la ONU. Gracias a ello, se puso a los niños en el centro de las políticas, las leyes, los programas y presupuestos. Dicha convención tiene 54 artículos en los que desarrolla, entre otros, el derecho de los niños y niñas a la protección contra todo tipo de violencia y explotación, a la educación, al más alto nivel posible de salud, y a beneficiarse de políticas sociales que garanticen un nivel de vida adecuado para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral y social.
Se han conseguido grandes cosas, pero aún a día de hoy y a pesar del gran consenso en torno a la autoridad de la Convención, los derechos de los niños se siguen vulnerando en todo el mundo, incluso en nuestro país. Los cuatro pilares sobre los que se apoyan todos los derechos del niño son la no discriminación, la primacía del interés superior del menor, la garantía de la supervivencia y el pleno desarrollo, y la participación infantil. Reflexionemos cada uno de nosotros si estos cuatro pilares se cumplen, ya no en el mundo, sino en nuestro contexto más cercano…
Uno de estos cuatro pilares, la educación, ha brotado de nuevo como un gran interés en nuestro momento actual y social. Y no solo está entredicho la educación en general, sino la educación y crianza de los más pequeños. Cada vez hay más movimientos alternativos al sistema y a las prácticas tradicionales empleadas en la edad de 0 a 3 años. Pero ante estas nuevas perspectivas, la pregunta que debemos hacernos todos es ¿sabemos realmente hacia dónde vamos?, y más importante aún ¿sabemos realmente hacia dónde tenemos que ir, si queremos cambiar el sistema y las prácticas actuales?. Porque lo cierto es que si bien hay cosas del sistema que se deben cambiar y mejorar, no vale todo lo demás que sea nuevo y alternativo, solo porque lo que hay tiene fallos…
La educación y salud son dos conceptos integrados que van de la mano. Ambos son inseparables y fruto de cómo sea su combinación, está el correcto desarrollo de la salud física y psicológica del niño, su desarrollo cognitivo, social y emocional. O por el contrario, dicha combinación dará lugar a la neurosis (de la que nos habla la gran defensora de la infancia Evânia Reichert), la cual médicos, comunidad científica y OMS han definido en diferentes trastornos psicológicos. No solo por esto la infancia, y en especial la etapa de 0 a 3 años es y debe ser considerada la edad sagrada. Sino porque nacemos inacabados, con tan solo un 25% del peso final del cerebro. Esto hace que tres partes de nuestro cerebro se desarrollen fuera del vientre materno, expuesto por tanto a todos los agentes del ambiente exterior.
Además la neurociencia ha descubierto que, durante los tres primeros años de vida, tiene lugar un increíble aumento de la producción de sinapsis, es decir de conexiones neuronales. De manera que el cerebro infantil tendrá el doble de sinapsis de las que posteriormente necesitará en el futuro. Esta intensa producción de actividad neuronal hace que sea un periodo crítico. Y una de las más importantes aportaciones de la neurociencia, es que la química cerebral es estimulada por el afecto, lo que quiere decir, que un buen vínculo afectivo dará lugar a nuevas conexiones entre sí, dando lugar a la formación de las redes neuronales.
Ahora bien, en nuestro camino hacia una buena educación (y salud), llevada a cabo tanto por la familia, como por los educadores y maestros, no basta únicamente con un buen vínculo afectivo. Tenemos que tener en cuenta que todas aquellas conductas y patrones educativos que va a recibir el niño, son en realidad un reflejo del carácter del adulto. Esto nos lleva a poner también el foco en la persona o personas que van a estar con el niño. Pues nuestras propias neurosis, nuestros esquemas mentales y nuestro ejemplo, van a ser una constante que recibirá el niño y que por tanto condicionará sus sinapsis, y con ello su desarrollo cerebral. Esto implica el trabajo personal de autorregulación y compensación que todo adulto que esté con niños, ha de hacer previo a su interacción y vínculo con los menores.
Otro de los aspectos importantes es el ambiente, pues no solo influirá el tipo de interacción con el niño, sino el espacio y el clima que reciba, afectando de manera positiva o negativamente en cada una de las fases de desarrollo y de aprendizaje. Así como otro de los pilares claves para la educación de los niños, es conocer con exactitud, no solo el desarrollo normal de los niños y sus periodos sensibles, sino conocer, en este caso por los profesionales de la educación, aquellas señales y actuaciones necesarias para detectar trastornos del desarrollo o del aprendizaje. Y este punto es especialmente importante en la edad sagrada de los 0 a los 3 años. ¿Por qué? porque la detección temprana es vital para una pronta intervención, compensación y reeducación de aquellos problemas detectados. Esto marcará una gran diferencia en el desarrollo integral del niño a largo plazo. Haciéndose más importante aún si cabe, la profesionalización del sector encargado a la edad de 0 a 3 años.
Por tanto, la edad sagrada, es una edad no solo con carácter educativo (se mire por donde se mire), sino con carácter vital y sensible para el ser humano, y con carácter inclusivo, pues cada uno de nosotros tendrá una red neuronal diferente. Así es que pongamos profesionalidad, afecto, saber hacer y una autorregulación y gestión emocional personal y profesional, para que tanto estos niños como sus familias reciban realmente lo que necesitan.
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